Conozco una historia maravillosa de un viajero inglés que llega a África con la intención

de hacer un safari por la jungla, de manera que contrata algunos nativos para que

lo guien y para que carguen sus pertenencias. Y después de un día agotador en el que viajan

de a pie abriéndose paso en medio de la selva, el viajero se levanta muy temprano para

continuar su safari, su trayecto. Y los guian nativos se niegan de manera categorica,

no se quieren mover. Entonces, el hombre, exasperado, comienza a persuadirlos, a sobornarlos,

arrogables, pero nada funciona, no quiere moverse. Y finalmente, les pregunta por qué decidieron

no continuar. Y uno de los nativos le contesta, lo haremos, pero no ahora. Estamos esperando

a que nuestras almas que se quedaron atrás al cáncer a nuestros cuerpos. Y esta magnífica

y pequeña historia me suele recordar a nuestro estilo de vida occidental, moderno, que vivimos

agotados, exaustos, abrumados. La única diferencia con los nativos de la historia es que ellos

sabían, estaban conscientes, que era lo que necesitaban para restaurar el equilibrio de

sus vidas, mientras que nosotros solemos ignorar qué es lo que necesitamos. Vivimos corriendo

adiario, que no es una novedad, esto en todo el mundo, y no nos damos cuenta que estamos dejando

el alma atrás, que el alma no ha alcanzado el cuerpo. La ocupación nos termina haciendo

eso, robándonos el aliento del alma. Entonces, ¿qué es lo que normalmente uno responde

cuando nos dicen? ¿Cómo estás? Siempre hicimos bien, bien, bien ocupado, gracias a Dios.

Siempre hicimos, estamos ocupado. Pero ¿cómo está? Bien, bien, gracias a Dios ocupado,

porque estar ocupados es como que suena en nuestro mundo, que estamos siendo vendecidos.

Yo he ocupado. Los universitarios están ocupados, los padres jóvenes están ocupados,

los padres viejos que tienen el nido vacío están ocupados, quienes viven frente a una

plaza en el caribe están ocupados, los gerentes están ocupados, los sios están ocupados,

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