Ciudad de México, diciembre de 1994, hace días que no se sabe dónde está Jacob

Ogrinberg y sus estudiantes comienzan a preocuparse. El científico tenía todo preparado

para su cumpleaños 48 y planeaba viajar a la India, pero ahora no aparece.

Un llamado a Teresa Mendoza, su pareja, aplaca los ánimos.

Acabo enprendió el viaje antes de tiempo, algo habitual en él,

pero pasan los días y ahora ni siquiera ella contesta.

Mayo de 1995, el investigador de la policía Clemente Padilla tiene un currículum impecable,

arresuelto todos los casos que tomó y ahora tiene entre manos la desaparición de Jacob Greenberg.

Sabe que el neuroficiólogo y psicólogo se había dedicado a estudiar el chamanismo y la telepatía

a través de una mirada científica. ¿Podían ser sus trabajos la causa de su desaparición?

En su casa no hay rastro suyo,

pero tampoco de su computadora, ni de sus anotaciones.

La desaparición de Jacobo Greenberg se vuelve mediática.

Su hija Estucia es cantante y aparece en

televisión difundiéndole imagen de su padre. Padilla recibe cientos de llamadas con supuestas

pistas, pero una es la resulta llamativa. Luis Carlos Luis Martínez le cuenta el investigador

que él trabajaba en una estación de gasolina en Baudel colorado y una mañana de risuna viene tablanca a pocos metros del lugar.

Dos camionetas esperaban a los pasajeros. Un nombre de más de 40 años con barba y una

mujer baja, Morena, apinyonada, describió. Cada uno fue subida a un carro entre quienes

los llevaban, Ruiz Martínez pudo reconocer a Rick Howard y Marina Velasco, agentes de la CIA a los que solía cargarles combustible.

Padilla comienza indagar en Bauder y descubre que Greenberg colaboraba con la Universidad del lugar, pero nunca viajaba directo hacia allí, sino que treangulaba sus vuelos con alguna otra ciudad, estadounidense. Cuando solicita información al FBI, sale que el científico viajo en noviembre

rumba a Nueva York. Más tarde, por otros medios, considere registros de que Greenberg y

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